16 agosto 2013

De norte a sur y a norte. Capítulo I: de cómo se hacen las maletas para desmantelar un coche

Esta crónica de viajes podría perfectamente titularse algo así como 'yo iba para cinco días a Granada y tardé tres semanas en volver'. Fueron mis vacaciones de este verano. Salí un martes 9 de julio y volví un sábado 27 al hogar. Lo que hice entre tanto fue una aventura como ésas que tanto me gustan cada vez que me dan la carta de libertad por unos días. 

Esta vez, sin embargo, mi maleta no era un macuto ni iba en moto. Unas semanas antes de darme a la fuga, mi costillo y yo nos habíamos comprado un coche de segunda mano. Sato. Daewoo Tacuma. Para más señas. Doce años, verde azulado y de asientos extraíbles. Esto último será importante. 

El plan inicial era claro. Queríamos hacer la ruta Pedales de Granada en cinco días. Es decir, cinco días andando en bici de montaña por La Alpujarra y Sierra Nevada. El año pasado ya habíamos hecho algo parecido, Pedal's de Occitania. Nos gustó mucho y, sobre todo, estaba dentro de mis límites. Porque yo no soy ningún portento físico. 

Estaba muy motivada, aunque no había entrenado ni una 'miajita'. Esta vez menos que la anterior. Tan alta de moral andaba que me compré unas calas automáticas y unas zapatillas adecuadas cuatro días antes de salir. Después de una prueba de ¿una hora? en el garaje me dije: 'Esto ya está más que controlado'. Molaba mogollón. Estéticamente. Y luego me fui a cortarme el pelo a una peluquería que ni conocía. A lo loco. Sí, estaba crecida como un río en pleno deshielo.



El día anterior a salir era lunes. Hicimos los últimos recados. Cosa de poco porque en las últimas semanas ya nos habíamos proveído de lo necesario. Incluida una guía de carreteras de España y Portugal que a la postre sería importantísima. Lo más complicado era lo de siempre: hacer las maletas. Cada uno llevaba dos: la de 'civil', con su neceser y sus accesorios; y la de ciclista, con sus trajes, sus mochilas, sus botellas, sus 'camelback', sus cascos… y sus bicis. 

A mí, como siempre, me costó más dejar a punto esta última. En pleno proceso descubrí que tengo más ropa de ciclismo de lo que pensaba y que algunas cosas son más que bonitas. Cosas del costillo, que para eso tiene un ojo envidiable. Todo ello debería haberme dado una pista de lo que podía avecinarse, pero seguí sin verlo. ¿Cómo era posible que en un año no me hubiera vuelto a poner algún trajecito de estos y que otros, los de invierno, estuvieran todavía con las etiquetas?

Luego llegó el momento del aparataje electrónico. Esta parte es inherente a esta pareja. Nos gusta más una cosita de estas que una onza de chocolate. Dentro de lo más importante estaba el GPS, que yo no manejo, pero que estaba listo y cargado (de batería y de los tracks que nos había facilitado Antonio, el 'alma mater' de Pedales de Granada, otro personaje estelar). También los pulsómetros. El mío, un Polar F40, se había pasado semanas sin pila, pero la semana de antes, ya de vacaciones, le había llevado al servicio técnico y había comprado una nueva banda de pecho de mi tamaño (por primera vez).



Pero hay más. Somos aficionados a la fotografía, así que las cámaras no podían falta. La duda era si llevar solo las cámaras compactas y las Go Pro, o incluir las réflex. Respondí rauda y veloz: "Yo creo que es mejor dejarlas. En la bici no las vamos a llevar y para dejarlas en el coche o que nos las lleven día a día de un hotel a otro con el riesgo que eso conlleva…". Aún me arrepiento. Y creo que no me queda vida para expiar la culpa. Moraleja: no salir de viaje sin ella… NUNCA.

Dicho lo que dije, nos repartimos las compactas. Gonzalo se quedó con la irrompible -le llamamos la blindada-, que es una Nikon Coolpix AW 100 que se puede mojar y golpear sin que te dé un infarto del miedo a que no funcione. A mí me cedió la Canon S90, un lujo, porque permite toquetear la velocidad y la apertura dentro de unos límites, además de que el enfoque puede ser manual si lo quieres. Fue un regalo que le hice en un viaje anterior y que encontramos en Livigno, un paraíso al estilo Andorra, pero en la frontera italiana. Lo que molaba, de todos modos, era llegar allí por aquellas carreteras de montaña.

El otro asunto peliagudo (para dos 'freakies' como nosotros) era elegir los cedés que nos íbamos a llevar en el coche. Sato tiene un radiocedé de la pera. Es más, también puedes poner cintas, lo que supone que puedes comprar un adaptador para que suene la música del iPod a través de él. Sin embargo, como nada más cogerlo yo me cargué el cargador pues no podíamos usarlo porque íbamos a fundir la batería en menos de lo que salíamos de la cuidada. 

Me tocó hacer la selección previa de la música. Y ahí me di cuenta de que pese a que tenemos cuatro baldas enormes llenas de discos, hace años que apenas compramos en soporte cedé. Las últimas incorporaciones desde hace unos cinco años vienen a través de iTunes y Spotify. Me veía grabando con el ordenador algunas listas de reproducción hasta que decidimos escoger joyitas de la discoteca física. 

Eso suponía que no iba a llevarme a Supersubmarina ni Lori Meyers, pero sí que Los Planetas se venían. Otra cosa no, pero discos de ellos teníamos en abundancia. Y si vamos a Granada, cómo no escucharlos. En total llevamos unos ocho cedés más de Extremoduro, Coldplay, Radio Futura, Sabina, Bunbury y Quique González (además de los 'granaínos'). Lo bordamos, ya lo puedo decir.




Lo último que nos quedaba por preparar era el maletero, que iba a ser dos tercios del coche. Decidimos quitar los asientos traseros para llevar las bicis dentro. Ya habíamos estudiado cómo transportarlas bien sujetas para que no dieran problemas ni nos pudieran multar. Podiamos haber comprado un soporte para la baca, o el que permite llevarlas en el portón trasero, pero eso suponía dejarlas demasiado a la vista, una tentación para los amigos de lo ajeno. Y nada aseguraba que fuéramos a estar siempre a menos de 500 metros de Sato. 

El proceso de sacar los asientos del todo fue un show. Sobre todo porque había que subirlos a casa en el ascensor y esa parte me tocó a mí, que no mido más de metro y medio. ¡Cómo pendan los condenados! Al final lo logré sin rayar nada ni magullarme, pero hubo un momento en que pensé que moriría aplastada en el elevador porque no podía salir al rellano para descargarlos. Sí, la capacidad espacial no es muy fuerte. 

Con las cosas repartidas en un orden -cada cual el suyo- lógico, los asientos colocados en la parte del salón que yo llamo la montaña basura y las bicis a punto en el garaje nos fuimos a dormir. Al día siguiente íbamos a salir pronto y aún quedaba acomodarlo todo en el coche.

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